El dinero debería caducar todos los días. Si así fuere, …¡qué difícil sería amasar grandes fortunas! dado que, no ha lugar a la banca tal y como la concebimos hoy.
España es el país más bancarizado del mundo. Estar bancarizado significa que una persona o entidad realiza todas o la gran mayoría de sus operaciones económicas diarias por medio de un banco. De hecho, el número de sucursales por cada mil habitantes en este país es de 1,2 frente a los 0,6 de Alemania por ejemplo (Datos de 2013). Esto hace que los servicios bancarios sean, supuestamente, más baratos que en otros países pero también tiene sus contra-indicaciones.
Dichas las virtudes de nuestro sistema financiero hay que poner de relieve algunas maldades del asunto. La sociedad y todo el tejido productivo y económico en general está canalizado a través de complejos sistemas de garantías, avales, fianzas, líneas de crédito, descuento, etc., etc. El consumo está cada día más bancarizado ya que la gestión del efectivo, es incómoda. Asistimos en este último año al despliegue del pago por móvil después de varios años frustrados de intento de consenso entre grandes operadores de la telefonía, la banca y otros proveedores de servicios tecnológicos para la gestión del “wallet” o cartera virtual del incauto consumidor.
La banca y otras cuestiones mundanas
Así, con los principales sectores de actividad bancarizados, las instituciones bancarizadas y los ciudadanos bancarizados, las entidades financieras alcanzan un grado de penetración tan alto en nuestras mentes, corazones y bolsillos, que les permite mantener un sistema de intereses por préstamos y comisiones ajustado a la medida y escala de cada circunstancia, sujeto o entidad (en ello andan ahora en toda Sudamérica) y es ahora en España, cuando se nos queda cara de tontos al tener que pagar por ingresar dinero en un banco. Argumentan que si no somos clientes,… “se siente”. Como si el sistema financiero que todos los españolitos de medio pelo hemos engordado, mantenido y rescatado, no fuese un derecho ciudadano. Pues lo es; es un derecho fundamental del ciudadano disponer de un sistema financiero igual que es un derecho constitucional disponer de un sistema educativo o sanitario. Y no debiéramos de pagar por este tipo de operaciones.
Pero el segundo modelo de negocio de los bancos y cajas, tremendamente rentable aunque políticamente incorrecto es generar inseguridad en el cobro. ¿Quién si no, más interesado en asegurar transacciones comerciales a cambio de la correspondiente comisión? ¿En avalar operaciones? ¿En escriturar hipotecas? Con la crisis, comienza la debacle financiera. Un sector que, precisamente, no es el más liberalizado. Vamos, que yo mañana puedo poner una panadería, una fábrica de tornillos o un gimnasio pero precisamente un banco,…NO. Nada que ver. Si hay un sector de actividad controlado, regulado y legislado es el financiero, el que ha caído. Con sus mercados y todo lo demás.
Dado que no hay previsiones cercanas de hacer caso a mi planteamiento de cambiar el sistema financiero mundial haciendo caducar el dinero diariamente para evitar las grandes fortunas, ralentizar el progreso y convertirlo en desarrollo (a mi juicio, el progreso es rápido y desordenado; el desarrollo es más lento y controlado) deberemos hacer de nuestros territorios espacios de referencia para mejorar la economía local. Y eso,… ¿cómo se hace?.
Pues vayan por delante mis 7 propuestas para que nuestro territorio sea capaz de retomar, como decimos ahora, “la senda del crecimiento”:
1. Mano de obra cualificada a costes de mercado. Hay que ser excepcionales en nuestra formación profesional. Debemos mejorar la interrelación entre las empresas, los centros de formación y los parques tecnológicos.
2. Costes de energía competitivos. No podemos competir en costes si los abastecimientos y suministros básicos nos encarecen por encima de la media europea nuestros productos
3. Ventajas fiscales. Nada nuevo pero muy atractivo para las grandes inversiones.
4. Estabilidad socio-económica y ausencia de incertidumbre empresarial. Nuestros empresarios pueden asumir riesgos pero no incertidumbres. Nuestra legislación debe de garantizar la estabilidad necesaria para asentar las estrategias de desarrollo de nuestras empresas. El dinero es cobarde y huye de lugares en los que las normas cambian frecuentemente.
5. Dotación de calidad en infraestructuras y equipamientos. Debemos buscar y poner en valor las sinergias derivadas de la concentración de empresas y nuestra posición geo-estratégica. Apostar por la gestión eficiente de polígonos y áreas industriales. En la biomímesis se haya la clave para sortear la crisis ecológica pero también buena parte de la crisis económica.
6. Solvencia económica y garantía financiera de nuestras cadenas de valor. Es decir, hagamos de nuestros territorios zonas de alto prestigio financiero, por su legislación, por la seriedad de sus empresas y de sus compromisos empresariales (Yo siempre digo: “¡En Euskadi se paga!”).
7. Y séptimo y más importante: no confundir nunca innovación con estupidez. Escuchar cosas como… “Economía femenina” y priorizar la cuestión sexual en marcos regulatorios de la promoción económica, es una tontería. Puede ser adecuado en otro tipo de actuaciones como en las políticas activas de empleo, en las que se intenta combatir el mayor índice de desempleo femenino o en la regulación del mercado laboral para combatir la desigualdad salarial. Pero en términos de desarrollo económico local, ese concepto estratosférico está alejado, no sólo de una política eficiente de desarrollo económico local, sino de sentido común. El dinero y las inversiones no tienen sexo; por mucho que algunos se empeñen en anteponer la cuestión sexual hasta en las señales de tráfico.
Ale pues. Es todo.
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